Intuiciones, duelo, apegos y despedidas


               


Ya casi termina el mes de enero y aún no me cae el veinte de que es otro año que inicia. Llega una etapa en la vida que el tiempo lo ves como algo que se escurre entre las manos. Se esfuma inevitablemente y con el, lo que amas, lo que importa en tu vida.

 

Me sé toda la teoría esa del apego emocional y bla, bla, bla…  Pero aún así es inevitable sentir y que las cosas te afecten de alguna u otra manera.

 

Teo el perro alfa de mi manada, después de quince años conmigo, falleció. Apenas pasó la navidad ; mi chico malo, eterno guardián de mi vida, se le acumularon los años y aún así su espíritu guerrero le empujaba a seguir aunque su cuerpo no le respondía como el quería.

 

Un día antes de su muerte lo estuve observando como se le dificultaba ponerse de pie. Fui en su ayuda y me respondió con un gruñido y enseñándome los dientes para que no lo tocara. Su orgullo era mucho y yo respetaba su voluntad.

 

Mi Niebla, una joven bóxer de seis meses cruza de pitbull, fuerte y fiera, con una  complexión por encima de la de mi Teo, aprendió a respetarlo. Cuando veía estas señales de mi perro inteligentemente ella le daba espacio.

 

Me senté en el suelo, lo vi tambaleante caminar al recipiente de agua, gruñía mientras bebía, como viejo cascarrabias. Le hable desde donde me encontraba. ¿Por qué te emputas cabrón? Tranquilo mijo.

 

Olfateó el aire; había perdido la visión en un ochenta por ciento. Me miró sin mirar y en sus ojos estaba eso que he visto otras veces cuando el momento se acerca. No sé que es, pero lo que si siento es un tristeza bien culera que me invade. Y percibo esa  sombra que cubre el espacio y a quien tengo enfrente su final.

 

Ven acá, déjame abrazarte viejo gruñón. Le dije.

Y entonces vino a mi y se acurrucó en mi pecho, se me hizo un nudo en la garganta, lo abracé fuerte, siguió gruñendo un poco. Como diciendo. “¡Deja la jotería pinche gordo guarda la compostura, cabrón!

 

Entonces pasé la mano recorriendo todo el lomo haciendo un poco de masaje detrás de la oreja. Me lamió la cara, se dejo caer en mi regazo y suspiro muy profundo. Se relajó.

Tranquilo mijo, descansa, yo me hago cargo. Gracias mi soldado valiente, ya no pelees, ya no es necesario, suelta mijo, descansa, yo te cuido. Y se quedó dormido.

 

Al otro día andaba al mil porciento. Pude verle recorrer el patio, ladrando al aire, olfateando el viento. Comió normalmente, intentó montársele a mi Niebla y me dio risa. Tuve la esperanza de haberme equivocado en mi visión anterior. Me sentí muy bien al verlo así como en los viejos tiempos.

 

Cuando se percató que yo reía volteo a verme y pude verle sonreírme , claro que me sonrió.

Salir a terminar mis pendientes ya no se me hizo tan difícil. Antes de irme fui al patio a ver como estaba y decirle que no tardaba. Lo vi recostado al sol, quise moverlo a la sombra y de nuevo volvió a ser el mismo gruñón en el que se había convertido últimamente. Me enseño los dientes en señal de molestia.

 

Opté por dejarlo en paz. No sin antes acariciarlo y decirle que regresaba en un par de horas. Me miró sin verme como lo hacía desde hace algún tiempo.

 Cuando regresé Teo había muerto. 

 

 
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