Esa noche perdí el bus y tuve que caminar un largo trayecto hasta llegar a mi casa. La calle estaba prácticamente desierta y el silencio solo era interrumpido por el sonido de mis pasos y el ruido del tráfico lejano.
Sumido estaba en mis pensamientos que no me percate que una persona extraña se me acercó y me pidió un cigarrillo.
Aunque al principio me sentí un poco incómodo por la abrupta interrupción de mis cavilaciones, decidí entablar conversación con él para aligerar el momento. Durante unos minutos hablamos sobre cosas sin importancia, ya saben, el clima, la noche, la inseguridad.
Llegó un momento en el que el tema se agotó y dispuso a retirarse, algo llamó mi atención.
Volteé a verlo mientras se alejaba y vi que sus pies no tocaban el suelo. Parecía flotar por encima de la acera como si estuviera caminando sobre el aire. Mi corazón comenzó a latir con fuerza y sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo.
No sé si fue una alucinación o una ilusión óptica, pero lo cierto es que esa imagen me marcó para siempre. Decidí apurar el paso e ir hacia mi casa.
Desde entonces, cada vez que tengo que caminar por la calle de noche, trato de no traer ese recuerdo, pero mi instinto me hace mantener la atención a mi alrededor.
Me esfuerzo para no voltear a ver los pies de quienes me encuentro pero me es imposible. Gracias a eso me he dado cuenta que hay más personas como esa a nuestro alrededor. Tan amarrados a nuestra vida tan ajetreada los vemos, convivimos con ellos y no nos damos cuenta.
Te invito a tomarte ese tiempo, solo una mirada hacia abajo a quienes te encuentras, pasan, caminan a tu alrededor. Te llevarás una sorpresa.
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